A veces pienso que hablo en un idioma inventado o algo parecido, en mi cabeza tengo claro lo que quiero decirles a mis hijos, pero no sé qué pasa, la cuestión es que o ellos no me entienden o yo me explico realmente mal.
Por desgracia esta sensación cada vez parecía más una costumbre y por supuesto se incrementaba en la medida en que mis hijos iban acercándose a la adolescencia. Debe ser que me hago mayor, creo que empiezo a actuar como mis padres a pesar de que me juré y perjuré que no cometería sus mismos errores.
Revisando esta situación con mi psicóloga, sí fui al psicólogo porque quería resolver este problema cuanto antes y no estaba dispuesta a que fuera a más y se creará una distancia de difícil retorno con mis hijos. Quiero recordar que la pre adolescencia y la adolescencia en sí misma son períodos claves en la etapa evolutiva de nuestros hijos. Ya que las consecuencias de sus acciones en este período empiezan a ser determinantes en sus vidas.
Como decía, en esta revisión, me di cuenta que cuando estaba con mis hijos, yo hablaba más que escuchaba, sin querer hacía lo que más odiaba que me hicieran a mí, sermonear. Soltaba un rollo que obviamente sólo obtenía resultados negativos, ya que como hacía yo de adolescente, al minuto dos ya no atendía a nada de lo que me decían mis padres y sólo pensaba que eran unos pesados ¡pobres!.
En cambio, otras veces, convertía lo que en mi cabeza quería que fuera una conversación madre-hijo con complicidad etc, en un interrogatorio sobre el tema que me interesaba, es decir, estudios, estudios, notas, pruebas de acceso, estudios y más estudios.
¡Normal que mis hijos no me contaran nada de nada!, creían que sólo me importaba eso de ellos, en cambio a esa edad hay tantas cosas importantes para ellos que tienen que ver con su desarrollo emocional como personas.
También observé que estaba hiperatenta a las cosas que no me gustaba de ellos y “necesitaba” que cambiaran. Eso creo que sí era capaz de hacérselo entender claramente. Al reflexionar sobre ello me fijé que no les decía suficientemente las cosas que sí me gustaban de ellos, lo daba por supuesto y no hay cosa que no me dé más rabia que no me reconozcan lo que hago bien.
Me sirvió de mucho el recordar mi adolescencia para ser un poco más consciente de lo que mis hijos están viviendo y entender su punto de vista.
Poco a poco las cosas con mis hijos van cambiando.
Eugenia Coret Furió
Psicóloga Colegiada Num.CV05296