Suele asociarse en numerosas ocasiones el cambio de estación a un descenso en el estado de ánimo. Pasar del verano al otoño se relaciona con la tristeza o la nostalgia como posibles emociones principales en nuestro estado de ánimo.

Es cierto que el cambio de estación conlleva cambios que pueden afectar al estado de ánimo de las personas. Por ejemplo, hay menos luz durante el día lo que conlleva a que los días se hagan más cortos en general; por otro lado, bajan las temperaturas y el sol está menos presente, dejando paso a las nubes, niebla y lluvias frecuentes en esta época de año, lo que genera una sensación a veces, de que los días son más grises. Sumado a todo ello, se dejan atrás días de descanso, propiciados por las vacaciones, para dejar lugar a la vuelta a la rutina que está cargada de obligaciones así como de un considerable descenso de momentos lúdicos o vacacionales que se salen de la rutina (por ejemplo, cambiando de residencia durante unos días o meses, viajando a conocer lugares nuevos, etc.).

Los cambios mencionados anteriormente nos sitúan ante un contexto más facilitador para que hagan su presencia los síntomas depresivos, como pueda ser la apatía, la falta de ganas o de motivación, la sensación de menos satisfacción ante las cosas que antes producían más bienestar (anhedonia), entre otros, que pueden disminuir el estado de ánimo de las personas.

Para que esta sintomatología no se establezca en la persona de manera más permanente, es importante ser parte activa en la resolución de los síntomas. Es decir, la solución menos eficaz es consolarse pensando que el tiempo devolverá el estado de ánimo más óptimo cuando pasen estos meses del año, pues se genera una insatisfacción mayor y esto repercute directamente en el estado de bienestar general de la persona.

Por el contrario, mantener una actitud positiva repercute en el sentido inverso, promoviendo un estado más apropiado de ánimo, con síntomas positivos como la ilusión o la motivación. Para fomentar esta actitud, es importante realizar actividades y/o actitudes en los tres planos, a nivel cognitivo, emocional y conductual que aseguren un estado de bienestar.

Por ejemplo, realizar actividades placenteras para la persona, por un lado, centra los pensamientos en esa actividad y elude aquellos que son más rumiativos (plano cognitivo), por otro lado, promueve conductas que lleven a cabo la actividad planteada (plano conductual) y por último, genera emociones positivas (alegría, ilusión, entusiasmo, etc.) al realizar una actividad gratificante (plano emocional).

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María Martínez Antón

Psicóloga CV-10.509