Cuando tenemos una meta y/o deseo y no se cumple por motivos ajenos a la voluntad de uno mismo, aparece lo que en psicología se entiende como frustración.

La frustración se traduce en sentimientos diversos que generan malestar, como son la tristeza, la ansiedad, la ira y la desesperanza. Inevitable no sentirlos tras un período de tiempo en el que la persona pone todas sus capacidades y posibilidades en marcha para conseguir una meta y tal meta no se consigue. Así es como se pueden sentir las mujeres y hombres que tratan de cumplir uno de los objetivos vitales más importantes en la vida de muchas personas, ser padres y/o madres.

Son muchas las expectativas tanto personales como sociales que se ponen en marcha cuando la persona decide que desea ampliar su familia. La sociedad en la que vivimos “impone” determinados estándares a conseguir por la mayoría, como por ejemplo, tener pareja, formalizar la misma (a través del matrimonio) y tener familia, es decir, hijos/as.

A menudo es un proceso que decide la persona en un momento vital que considera que es “el momento adecuado”. A partir de ahí, pone atención, expectativas e ilusión en conseguir este objetivo. Identifica síntomas asociados al inicio del embarazo, tiene a su alcance mucha información sobre los días óptimos de cada mes que favorecen la concepción, conoce los “trucos” para conseguirlo en poco tiempo, etc. Por lo que, acompañados de la ilusión y la información, el tiempo y el reloj empiezan una cuenta atrás que puede convertirse en un enemigo cuando los resultados no son los esperados.

Puede ocurrir que la persona tenga alguna dificultad para tener hijos/as o no las tenga, pero por diferentes motivos, no se produzca el deseado embarazo. Cuando se llega a este momento, aparece la frustración, en formas diferentes en función de cada persona y de su personalidad, así como de sus circunstancias.

Es entonces cuando la persona se enfrenta a dos necesidades, la primera desistir o seguir en el intento de conseguir la meta propuesta, es decir, seguir intentando tener hijos/as o no seguir intentándolo. La segunda, necesita manejar la frustración que aparece paralelamente como consecuencia de la situación.

Las consecuencias de un período de frustración pueden ser de dos tipos: por un lado, tal como apuntaron Dollard y Miller en sus estudios realizados en 1938, la frustración está relacionada a menudo, con respuestas agresivas, es decir, genera agresividad como respuesta defensiva a la frustración.

Por otro lado, ante la frustración la persona puede tener respuestas que sean adaptativas.

Es sin duda la segunda, la medida que es más saludable. La persona ha de tratar de realizar un manejo emocional a través de respuestas más productivas, como la aceptación y/o la búsqueda de objetivos alternativos.

En nuestro siguiente post explicaremos más acerca de estas medidas adaptativas y cómo conseguirlas.

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María Martínez Antón

Psicóloga Colegiada Núm.CV10509