El ritmo de vida actual nos lleva a vivir en tiempos de “prisa”, “urgencia”, “rapidez”…

Todas y cada una de ellas son poco recomendables y en muchas ocasiones poco aplicables, cuando hablamos de educación.

Educar a nuestros hijos/as requiere tiempo, dedicación, implicación y calma. Una buena dosis de serenidad a los padres y madres les garantiza mejores resultados en nuestros menores.

Si en lugar de serenidad nos encontramos, como muchos ritmos de vida exigen, con impulsividad; reflexionamos menos las decisiones que tomamos y reaccionamos en lugar de actuar. La educación requiere una actitud proactiva, no reactiva, para poder conseguir así los objetivos marcados en cada seno familiar.

¿Qué es y cómo se consigue ser proactivo?  La proactividad es un término que acuña Victor Frankl en 1946, hace referencia a un concepto psicológico  dentro del área de la psicología del trabajo y las organizaciones que tiene por significado “asumir la responsabilidad de hacer que las cosas sucedan; decidir en cada momento lo que queremos hacer y cómo lo queremos hacer”. Actualmente, es un término que se ha extendido a otros campos de la psicología y que se aplica a nivel individual.

Entre las cualidades de las personas proactivas se encuentran la gestión de sus decisiones, la asunción de la responsabilidad de las mismas y sus consecuencias, la autorregulación personal, y la anteposición de los valores a los sentimientos. Centrándonos en este último aspecto, se encuentra altamente relacionado con la serenidad, se aleja por lo tanto, de la impulsividad, tan traicionera en la educación.

Educar no es tarea fácil, si queremos conseguir que nuestros hijos/as sean personas responsables, resilientes, asertivos y felices; es fundamental realizar dicha tarea con calma. No se pueden evitar los errores, no se pueden evitar los conflictos, lo que se puede evitar es la frustración ante los mismos, es en esto último, donde la calma se convierte en indispensable, ya que reflexionar ayuda a regular mejor las emociones que se mezclan con las decisiones.

Además, educar en la calma nos proporciona como padres y madres, la posibilidad de elegir qué tipo de padres/madres queremos ser con nuestros hijos/as y también la posibilidad de realizar cambios si algo no nos da los resultados que esperábamos.

Educar desde la serenidad, nos garantiza poder disfrutar de nuestros hijos/as con tranquilidad y conciencia plena, tan importante en los tiempos actuales donde el tiempo ya no corre, vuela. Esto implica disfrutar de un tiempo de mayor calidad siendo esto muy importante para el desarrollo saludable y satisfactorio de los pequeños.

La calma y el sosiego nos aportan seguridad, tan necesaria para mantener y definir una posición educativa. Lo cual no quiere decir que sea la única y que no se pueda cambiar de opinión, al revés; la seguridad en uno mismo, nos ayuda a reconocer errores sin generar frustración ante ellos, nos facilita poder ver diferentes alternativas a elegir, y por último, supone una mayor rectificación de los errores sin miedo al fracaso.

Por último, este tipo de actitud frente a la educación, nos reporta mayor satisfacción vital a nosotros como educadores, y no hay que olvidar que nosotros somos transmisores directos de nuestro estado emocional y aunque no siempre queramos trasladarlas, finalmente se transmiten las emociones a nuestros hijos e hijas. Si nosotros estamos satisfechos con nuestra forma de educar (no necesariamente con el resultado), nuestros hijos lo percibirán y sentirán esta misma satisfacción en su pequeño gran mundo.

 

María Martínez Antón

CV 10509